29 noviembre, 2008

El ojo de la aguja, una honda reflexión de Laura Devetach

Laura Devetach. Imagen de la web de la revista Al Filo



En una entrada reciente hablaba del nombramiento de la excelente escritora Laura Devetach como Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). He leído la conferencia que pronunció en la ceremonia del pasado 19 de noviembre, lleva por título "El ojo de la aguja" y me ha parececido de un lirismo, de una hondura, de una sensibilidad y una reflexión tal que no me he podido resistir a copiarla entera. Más información en la web de Al filo.

Siempre empecé mis comunicaciones con un poema o con un cuento. No encontré razones para que en esta oportunidad las cosas sean diferentes, así que invito a compartir un cuento: El ojo de la aguja

Érase una muchacha que cantaba mientras trataba de enhebrar una aguja. El hilo pasó por el ojo y del otro lado había un mar y miles de cosas diferentes, desconocidas. El viento llevó el hilo que fue a enredarse en el pelo de un pescador. Éste tiró y tiró de él. Así, tirando, hizo pasar por el ojo de la aguja a la canción que cantaba la muchacha y a la muchacha enredada en la canción.
¿Y entonces, qué sucedió? Quién sabe. Ese es otro cuento que queda del otro lado del ojo de la aguja. Quizás la muchacha quiera enhebrarla una y otra vez. Y en el vaivén el hilo pasará nuevamente de un lado al otro. Al ir pasando la muchacha y el hilo quizás se encuentren con un cuento diferente cada vez, que podría comenzar diciendo: “Érase una muchacha que cantaba mientras trataba de enhebrar una aguja…” Nunca me hubiera imaginado que me tocaría transitar este momento. Ni hubiera pensado que la Universidad Nacional de Córdoba honrara a alguien que, como yo, se dedicó a la Literatura para niños y a la formación de lectores.
Me encuentro ante una ocasión única de agradecimiento y celebración hacia un gesto institucional que trasciende mi persona. De ese modo una disciplina considerada marginal como la Literatura para niños y jóvenes logra una jerarquía en los claustros y honra a todas las instituciones y profesionales que hace años trabajamos en esto y por esto.
Es una circunstancia de agradecimiento y celebración porque, legitimar estas tareas -que se realizan profesionalmente en muchísimos puntos no muy coordinados de todo el país- es un gesto de apertura indispensable. Tenemos un territorio con gran mayoría de niños y jóvenes pobres e indigentes que podrían encontrar en los libros alimentos para formar sus conciencias y acceder a la esperanza.
Juan Gelman, al recibir el Premio Cervantes de Poesía, recuerda a Hölderling, quien se preguntaba, en tiempos de penurias, “¿Para qué poetas?” Y expresa Gelman: “Qué hubiera dicho hoy (Hölderling) en un mundo en el que cada tres segundos y medio un niño menor de cinco años muere de enfermedades curables, de hambre y pobreza.” Pues —diremos nosotros—, poetas para ver la vida de otra forma, para alimentar conciencias, para acceder a la esperanza.
Es una circunstancia de agradecimiento y celebración porque sé que detrás de la gestión de este título que hoy se me otorga están Instituciones y grupos de personas que, tesoneramente y desde hace años, persiguen los mismos objetivos para con la infancia: nutrir el espacio poético y el imaginario de cada niño, de cada familia, de cada comunidad, por pequeña que sea, a sabiendas de que eso es construir un verdadero capital con apuestas a largo plazo para toda la sociedad. Este Doctorado nos involucra a todos. Es una ocasión iniciática y que no dudamos puede producir transformaciones. Estamos hablando de un trabajo de hormigas, de muchos granos de arena, en un país en el que sabemos que los libros no llegan generosamente a mano de los lectores. La sociedad, y más aún sus sectores carentes, pueden, desde el deseo incentivado, encontrar en los libros el lugar para el disfrute, el conocimiento y la adquisición de conciencia. Por eso es importante fijar la mirada en niños y jóvenes.
Vengo de un padre extranjero, ebanista, que tallaba la madera. Mientras tallaba, solía decirme: “¿Ves?, lo lindo es lo que va quedando cuando uno saca”. Y la madera olorosa tomaba formas en sus manos. Noción que más de una vez encontré entre los poetas y sus trabajos con la palabra y se me hizo carne.
Mi padre, a su vez, venía de un padre campesino analfabeto que castigaba a su hijo porque leía libros como “Sin familia” de Héctor Malot, cuando llevaba a pastar a la vaca, la fortuna de la familia. No era fácil permitir que un hijo entrara a la cultura letrada y tomara distancia de su propio estrato social. Vengo también de una madre que tejía con hilos, cosía y bordaba. Me enseñó aquello de la paciencia, de las normas para poder crear, de los distintos puntos y de no dejar enredar los hilos. Como las mujeres de clase media del final de los 30, ella leía novelas sentimentales, revistas y cuanto novelón se le cruzara. Mi padre la llevó luego a la lectura de folletines y de clásicos. En nuestra casa la biblioteca estaba en la cocina y el diccionario tenía olor a sopa. En este momento soy vocera de aquella muchacha que, quizás, atravesando el ojo de la aguja, dejó todo lo conocido y llegó a Córdoba en 1955 para ir a la Facultad de “La calle Ancha” como se le decía a la Avenida General Paz por aquella época. Esta vocera le dicta palabras a la persona que hoy amenaza con desgranar un discurso que no tiene mucho que ver con las academias.
La muchacha que fui viene de los hilos y la madera, de las novelas radiales, del cine que proyectaba los llamados “episodios” en el pueblo, junto a las primeras películas en colores; viene de la Historia Sagrada y el catecismo, de fuertes relatos orales de inmigrantes y lugareños y de historias de otros países añorados y leyendas o mitos del Litoral; de la música, el carnaval, el circo, de los dichos de los pescadores, de los juegos en la arena, de la pintura conocida a través de revistas de los años 40, de las hablas propias del Litoral y de los extranjeros, de los aborígenes, de los chicos, del habla de Córdoba.
Vengo de los cuentos de hadas, de Mark Twain, Pinocho, las Mil y una noches, Alicia, Carlos Dickens, el príncipe Valiente ilustrado por Harold Foster, La Divina Comedia, ilustrada por Doré, Horacio Quiroga, y la constelación de textos mezclados que me proporcionaron la Biblioteca Popular y la Escolar de la Escuela Normal de mi pueblo.
Vengo de esta Casa en la que obtuve conocimientos, sistematicé y también transgredí. En la que me sentí orientada , desorientada y a la vez contenida por las figuras de profesores como Adolfo Prieto, Luis Prieto y Noé Jitrik entre otros. Y fui alimentada por las generosas bibliotecas de mis compañeros Luis Mario Schneider, Alfredo Paiva, Toto Schmucker, Chicha Palacios, Raúl Dorra.
Fui ayudada muchas veces por bibliotecarias de la Facultad de Letras que aún recuerdo. Vengo de resistir a través de la palabra, de los desconciertos religiosos, políticos y sociales, de la diáspora. De la dictadura militar que cerró vidas e Instituciones, que prohibió libros. Entre ellos, “La torre de cubos”, mi primer libro para niños “por exceso de imaginación” entre otros argumentos utilizados. Vengo de la compañía de muchos profesionales de todas las artes, de colegas y alumnos y de la presencia fuerte y creativa de Gustavo Roldán, compañero de vida y profesión. Y también de nuestros hijos que andan por esas rutas.
Y en los momentos aciagos fui defendida por mosqueteros, poetas, canciones de cuna. Italo Calvino, Ray Bradbury, Katherine Mansfield, Walt Whitman, Juan L. Ortiz, Antonio Machado y tantos otros me susurraron sus palabras y el Cantar de los Cantares me hizo saber del amor a través de Fray Luis de León.
Desde este lugar de agradecimiento, aquella muchacha me dice que la palabra es un gran capital para el ser humano. La palabra que sale de un reservorio profundo, personal, privadísimo. De nuestro espacio poético que va creciendo alimentado por la vida toda, por otras palabras, por nuestros pensamientos, emociones y nuestros lazos con los demás. La infancia de cada persona es un lugar inagotable de misterio, de juego y de drama. Allí es donde se modela la vida.

Voy a retomar una urdimbre de textos que fueron, entre otros, el piso de mis vivencias infantiles y también el de miles de personas como yo. Urdimbre que se convirtió en trabajo hace unos años, que me expresó ampliamente y que ayudó a expresarse a quienes estaban a mi alrededor. Invito a quienes me escuchan a dejarse
llevar por el hilo para pasar del otro lado del ojo de la aguja.

Había una vez el va y el ven, el va y ven, el vaivén, de un arrorró mi niño, arrorró mi sol, arrorró pedazo de mi corazón. Duerme, duerme negrito, que tu mama está en el campo, trabajando, duramente trabajando. Ay que viene el coco a comerse a los niños
que duermen poco. Noni noni noni, mm, mm, mm, scht, scht, scht… Un día el arrorró mi niño hizo tortita de manteca, para mamá que le da la teta, tortita de cebada, para papá que no le da nada .Y entonces, éste cazó un pajarito, éste lo desplumó y este pícaro se lo comió. Y siempre el tilín tilín, el chas, el broom, el guau, el pío, el cocó, el tolón, el ¿QUÉ?... Eto, eto, ¡cá tá! Y entonces vino un gato que tenía calzón de trapo y la cabeza al revés, ¿Querés que te lo cuente otra vez? No me digas sí porque los zapatitos me aprietan, las medias me dan calor, y aquel mocito de enfrente me tiene loca de amor. No me digas no porque a Juancito de Juan Moreyra hay que darle la escupidera, que anoche comió una pera y le vino una cursiadera. Todo porque Cenicienta quería ir al baile del príncipe y la madrastra no la dejaba. Mientras tanto, Blancanieves vivía en el bosque con sus siete enanos. Y siempre, el chunga chunga, el crak, el ring, el blablablá. Y diostesalveMaría... ElfrutodetuvientreJesús. (¿Qué es tesalve? ¿Qué es tuvientreJesús?).
Y entonces, un día, ALA, A-LA, A-L-A, A-LA, ALA. Alas para la gallina turuleca que sentada en el verde limón, con el pico cortaba la rama, con la rama cortaba la flor. Pero cuando los cinco patitos se fueron a bañar, escucharon: febo asoma, sordos ruidos oír se dejan tras los muros del histórico convento (¿Qué ruidos hacen los sordos detrás de los muros?) Bum burumbum, pam papám. Bum burumbúm, pam papám, viene la murga. Yo por vos me rompo todo, y te vengo a saludar, y a decirte que el gobierno, de hambre nos va a matar. Bum burumbúm, pam papám. Mamá eu quero, mamá eu quero mamá.
—¿Qué gusto tiene la sal? -preguntó Hansel a Gretel con la boca llena de casita de chocolate.
—¡Salado! –contestó Pinocho mientras se tiraba al mar desde la boca de la ballena, llevándose a Gepetto al hombro.
La princesa está triste, ¿qué tendrá la princesa?, los suspiros se escapan de su boca de fresa.
—Este año, sin regalos, no va a parecernos que estamos en Navidad –dijo Jo con disgusto.
—A mí no me parece justo que algunas tengan tantas cosas bonitas mientras que otras no tienen nada –añadió Amy.
—Tenemos a mamá, a papá y nos tenemos las unas a las otras –dijo Beth.
—¡Esta familia es una cooperativa! –comentó Mafalda, mientras Susanita declaraba que las casas tienen que ser como la del hornero, que tiene sala y tiene alcoba, y aunque en ella no hay escoba, limpia está con todo esmero.
Pero: Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis. Todo de angaú nomás. Por eso Malena tiene pena de bandoneón: todos los viernes el amado se le convierte en lobizón. Se no é vero, é ben trovatto.
Y así fue como la luna vino a la fragua con su polizón de nardos. Los flamencos bailaban y bailaban con sus medias coloradas, blancas y negras. Y despertaron a Alicia que venía del país de las maravillas, y allí estaba Batman, esperándola.
-Bésame –cantó-. Bésame mucho, como si fuera esta noche la última vez. Se callaron las luces, se encendieron los grillos, y una música los abrazó. Era Lisa Simpson en un solo de saxo. Y colorín colorado, seguramente este cuento no se ha terminado. Ahora hemos pasado hacia el otro lado del ojo de la aguja, y estamos unidos por los hilos de tantos textos guardados y que pugnan por salir. Hago una nueva invitación desde este clima compartido a formularnos algunas preguntas: ¿hay lugar en nuestras vidas para todo esto? ¿Les hacemos lugar en nuestras profesiones de personas que trabajamos con las palabras? ¿Tienen lugar en la currícula institucional de la Universidad la Literatura para niños y la formación del lector y el escritor, de forma
permanente? Cito a María Saleme que se preguntaba: “¿Por qué cuando insistimos en la búsqueda de un saber cierto olvidamos de incorporar saberes que no encajan en los moldes académicos clásicos? ¿ Será porque fueron silenciados o porque no se someten a las reglas del buen orden del orden que exime de saber lo que se sabe?”
Recordé tantas cosas. Por ejemplo, la prudente distancia que tomaban mis padres cuando yo me ocupaba de escribir cuentos para chicos. ¿Porqué “para chicos” pudiendo continuar con la escritura “para grandes”? O la condescendencia: Bueno, hacélo, pero conste que estás dejando de lado mejores destinos.
Reconozcamos que siempre la literatura para niños tuvo mala prensa, quizás con sobradas razones: la restringida noción de infancia, la permanente actitud pedagógica, la escolarización que recorta todo arte para que pueda entrar a la escuela. Y esa fue la
parte del mundo que uno, sin darse cuenta, se propuso cambiar, creyendo que hacía otras cosas. Era el reconocimiento de la existencia del otro lado del ojo de la aguja y sus posibilidades.
Desde las palabras de infancia, se podían decir otras cosas a los niños y alimentar así sus propios espacios poéticos, despertarles el deseo. Pero un buen día también se dio a mi alrededor la generosidad y el contagio, la curiosidad de quienes se asomaron a esa escritura que tenía -para ellos- un poco de tonto y quizás mucho de inquietante, de revulsivo. Y se fueron quedando prendidos. Mis cuentos para chicos terminaron incorporados a las largas discusiones de aquellas épocas que en definitiva fueron eficaces y luminosos talleres entre amigos. Eso me ayudó. Y tuvo que ver con un espacio no convencional dentro de la Universidad. Por los márgenes. Pero sea por donde sea, cuando se abordan en serio estos temas, no se puede negar la fascinación que ejercen, la fuerza fundante que tienen.
En resumen: elegí algunas ideas como mi cuota de granos de arena que puede ser aportada en función de la ampliación del espacio que la literatura Infantil se merece. Quiero aclarar que hablo desde el deseo, quizás desde la utopía, desde la escritora que reflexiona sobre su práctica. Recordar hoy a los Seminarios Taller de Literatura Infantil y Juvenil que se realizaron del 69 al 71 en Extensión Universitaria de la Universidad de Córdoba, significa para mí y para muchos de los que participamos en ese ámbito, el reconocimiento de uno de los puntos de partida que marcaron nuestras actividades y profesiones. Y creo que mucha gente joven está recibiendo hoy algo de aquellos beneficios. Los saberes sobre Literatura para chicos encontraron en los Seminarios el espacio y el aliento para crecer en el marco de Córdoba, de una Córdoba muy especial caracterizada por tener un medio rico y activo y también voces que, desde la cultura en general, otras disciplinas creativas, o el estudio, abonaron el terreno para fuertes cambios.
En ese medio surge como posible la idea del Seminario, desde Malicha Leguizamón y otras personas, que venían preocupadas por el tema. Mediante la Secretaría de Extensión Universitaria y los buenos oficios de Lucía Robledo, maga de organizaciones culturales, se concretaron estos eficaces ámbitos de intercambio y debate que rindieron sus frutos para todo el país. Permiso, lugar, consenso para abordar una disciplina que hasta el día de hoy no tuvo entrada a las Universidades por la puerta grande. Sí, en seminarios optativos, congresos, encuentros, posgrados, complementos para otras carreras. Pero no su cátedra, su foro autónomo y permanente.
Los logros se apoyaron en gestiones de personas, no en la legitimación curricular de alguna carrera. Recuerdo la experiencia del Taller total de Teatro que realizamos en la Escuela de Artes en 1974. No creo que sea casual este monto de experiencias que hoy acude a mi memoria y abre la puerta a puntos de vista muy interesantes sobre el tema del arte, el artista y la creatividad. Allí, además de centrar el eje en el estudio, se trabajó con los mecanismos creativos y la metodología de taller, donde se trataba de tener en cuenta el desarrollo de los estudiantes como artistas y como constructores de sus conocimientos. Si vamos a hablar de un posible espacio dentro la universidad para la Literatura infantil, a mí me interesaría incluir de manera importante el espacio para la formación del escritor, de un escritor que tiene una relación muy particular y muy directa con su público.
Me parece fundamental el espacio del artista en el ámbito de la literatura (y en todas las artes), que vaya más allá de ser el lugar en el que se adquieren las técnicas. Quizás me hayan reafirmado en esta convicción los años de trabajo en taller, propiciando el desarrollo de las disponibilidades de las personas para que pudieran modular su palabra más auténtica. Quizás mis experiencias con la gente del interior del país. Quizás también la lucha permanente con los prejuicios y miedos en relación a la escritura para los chicos. El constante machacar sobre la necesidad de la formación de un gusto amplio, conectado con las otras artes, de un gusto que no se quedara en el gineceo, ni en una voz escolar, ni en la mirada pedagógica -tanto liberadora como conductista-, pero siempre unívoca.
Esto incluiría –dentro del espacio imaginario y utópico de la literatura infantil en la Universidad con el que muchos soñamos- el trabajo sobre el conocimiento del género y sus aledaños, la búsqueda de una noción de infancia, el desarrollo de la actitud crítica y la investigación como tradicionalmente la Universidad lo plantea, los espacios para la creatividad y la escritura. Y además, seguramente, la interdisciplina. Pero voy a hacer hincapié en abrir un ámbito para quienes se interesan por la escritura y la lectura. Para el artista que explora y muestra permanentemente, busca con culpa porque siempre piensa -sobre todo si escribe para chicos- que está transgrediendo algún canon. El artista puede mostrar cosas que a otros les daría miedo expresar. Como creadores tenemos que insertarnos en una tradición, en una red y a la vez, ayudar a seguir construyendo esa red. Eso genera un conflicto con respecto a la búsqueda de lo nuevo. El artista generalmente busca para sorprenderse. Luis Felipe Noé, gran plástico, tiene en su libro La antiestética una línea de pensamiento que me ayudó mucho a incorporar como objeto de trabajo la angustia que provoca el caos creativo propio y ajeno. A través de su lectura pude comprender que cuando empezamos a crear mundos imaginarios, nada es tan prolijo. Entramos en un estado de caos que produce desasosiego o por lo menos nos hace sentir cosas oscuras. Entonces es bueno lograr ese espacio para que el artista realmente busque, explore, experimente con sus culpas y transgresiones, pero salga victorioso. El artista es el que agranda las fronteras, el que hace que dentro del lenguaje las palabras amplíen sus significados, y en el caso de la literatura para los chicos se amplíe también la noción que tenemos de nosotros mismos y de los demás.
Me alienta a pensar en esa posibilidad la presencia de instituciones y profesionales que comparten el deseo de optimizar el diálogo que se da desde el libro, con niños y jóvenes. Así lo demuestran con sus trabajos permanentes, Asociaciones de Literatura Infantil y Juvenil, de Promoción de la Lectura, de Narradores de cuentos, de ilustradores, bibliotecarios, revistas, editores y libreros que se juegan por los libros para niños.
Tanto los que estamos interesados en la Literatura infantil fuera de la Universidad, como quienes están dentro, somos fuerzas caminando y creo que cada una de estas fuerzas tiene que dar un paso hacia la otra. María Saleme se hacía esta pregunta en su libro Decires: "¿Qué esperamos de este siglo tan apelado?" Y contesta: "Claridad sobre las intenciones de aquellos que saben de todo y pueden más que todos pues nos asiste una evidencia: el punto crucial de la salud del ser humano es conservar la conciencia de que se pertenece, que se sabe quién es".
Quizás ahora pueda resumir mi comunicación en tres deseos, como en los cuentos:
Primero: Que haya un lugar curricular en la Universidad para los que escriben, estudian y difunden literatura para los niños. Este hecho significaría una gran apertura: incorpora a los niños, rompe el círculo, implica otros públicos y otros sistemas de relación en espacios en los que la necesidad de comunicación está presente de una manera distinta. Cuando llega un chico a casa el mundo completa su sentido.
Segundo: Que la Universidad forme lectores que disfruten y se apasionen aún leyendo lo que no les gusta, que se piense sobre los libros sin perder la capacidad de sorprenderse y disfrutarlos.
Tercero: Que la Universidad cree avales y legitimaciones para los libros infantiles, diferentes de los que crea el mercado e intervenga en las políticas de encuentro entre los niños y la literatura.
Todo esto para que no perdamos el estado de alerta ni la capacidad de ver lo obvio. Para que podamos desarrollar estrategias frente a tanta avalancha de degradaciones en nuestra sociedad. Y concretamente en Literatura, para diferenciar Barbis, Disneys y cuentos escritos por “famosos” de la farándula. Para que podamos discernir y encontrar el justo lugar de nuestro objeto. Y para no perder de vista que la gran mayoría de nuestros chicos ni siquiera tienen acceso a la literatura que se escribe para ellos. Por todo esto sería un alivio poder mirar frecuentemente, cada cual desde su tarea, hacia el otro lado del ojo de la aguja.


Laura Devetach
19 de noviembre del 2008

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